AMOR INAGOTABLE 1
Hagamos un inventario. Pasemos revista a nuestras relaciones. Piensa por un momento en la gente que te rodea. Si quieres anotar nombres en el margen, adelante. Tu esposo, esposa, hijos, maestros, amigos, padres, compañeros de trabajo. Piensa un momento. ¿Quiénes son las personas que componen tu mundo?
A medida que van surgiendo los nombres, permíteme susurrarte un recordatorio. ¿No son valiosos? ¿No son algo esencial? ¿No vale la pena hacer lo que sea para cuidar esas relaciones? Por supuesto que la gente puede ser difícil. Pero aun así ¿qué es más importante que la gente?
Considéralo de esta manera. Cuando llegues al final de tu vida, ¿qué es lo que vas a desear? Cuando la muerte te extienda sus manos, ¿dónde vas a buscar aliento? ¿Vas a abrazar ese título universitario que está en el marco de madera? ¿Vas a pedir que te lleven al garaje para sentarte en el coche? ¿Crees que te consolará releer tu estado financiero? Seguro que no. Lo que nos va a importar será la gente. Entonces, si las relaciones van a ser tan importantes en ese momento, ¿no nos deberían importar ahora?
¿Qué puedes hacer para fortalecerlas? Hagamos nosotros un inventario de nuestros corazones. ¿Estoy viviendo en la corriente del amor de Dios? ¿Hasta qué punto amo a la gente que hay en mi vida? ¿La forma en que trato a la gente refleja la forma en que Dios me ha tratado?
No siempre es fácil amar a la gente. Este es un tema serio. No es fácil amar a los que nos han causado ataques al corazón, abuso, rechazo o soledad. Algunos se preguntan cómo pueden llegar a amar a la gente que tanto daño les ha causado. Entonces, ¿qué puedes hacer?
La sabiduría convencional dice que la falta de amor implica falta de esfuerzo, así que tratamos con más ahínco y nos esforzamos más. Pero, ¿acaso la falta de amor podría implicar algo más? ¿No será que nos estamos saltando un paso? ¿Un paso fundamental? ¿Será que estamos tratando de dar lo que no tenemos? ¿Estamos olvidando recibir primero?
La mujer de Capernaum no lo olvidó. ¿Recuerdas cómo le prodigó amor a Cristo? Le lavó los pies con lágrimas. Se los secó con el cabello. Si el amor fuera una cascada, ella sería el Niágara. El amor de Dios alcanza el estándar de nuestro pasaje final. Pablo dice: «El amor nunca deja de ser» (1 Co.13.8).
El verbo que usa Pablo para la frase dejar de ser se emplea en otro contexto para describir cuando una flor cae al suelo, se marchita y se descompone. Lleva implícito el significado de muerte y anulación. El amor de Dios, según el apóstol, nunca se caerá al suelo, se marchitará ni se descompondrá. Por su naturaleza, es algo permanente. Nunca desaparecerá. El amor nunca deja de ser. Los gobiernos van a caer, pero el amor de Dios durará por siempre. Las coronas son temporales, pero el amor es eterno. Tu dinero se acabará, pero su amor no.
¿Cómo Dios tiene un amor como este? Nadie tiene un amor infalible. Ninguna persona puede amar de forma perfecta. Tienes razón. Nadie puede hacerlo. Pero Dios no es una persona. A diferencia de nuestro amor, el suyo nunca termina. Su amor es completamente diferente al nuestro.
Nuestro amor depende de quién es el receptor. Si mil personas nos pasaran por delante, no sentiríamos lo mismo por todos. Nuestro amor está regulado su aspecto físico y su personalidad. Incluso si llegamos a conocer a gente que sea parecida a nosotros, nuestros sentimientos fluctúan. Según nos traten, así los amaremos. El receptor regula nuestro amor.
Con el amor de Dios no pasa esto. No tenemos ningún efecto en su termómetro de amor para nosotros. El amor de Dios le nace de adentro; no depende de lo que vea en nosotros. Es un amor sin causa y espontáneo. Como dijo una vez Charles Wesley: «Nos amó. Nos amó. Porque no podría haber hecho otra cosa».
¿Nos ama por nuestra bondad? ¿Por nuestra amabilidad? ¿Por nuestra gran fe? No, nos ama por su bondad, su amabilidad, su gran fe. Juan lo plantea así en 1 Jn.4.10.
¿No te alienta saber esto? El amor de Dios no depende de tu amor. La cantidad de tu amor no hace que el suyo aumente. Tu falta de amor no hace que disminuya. Tu bondad no eleva su amor, ni tu debilidad lo diluye. Dios nos dice lo mismo que Moisés le dijo a Israel en Dt.7.7–8.
(CONTINÚA…)
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