REFLEXIONES QUE CORRESPONDE AL DIA 19
VIERNES 24/01/2014
Aunque
el concepto de la virtud de la prudencia es conocido por la ética antigua[2] nuestra reflexión teológica tomará la
Sagrada Escritura como punto de referencia fundamental ya que la Revelación añade
unas notas muy importantes a esta para el obrar moral del cristiano. Sólo la
Palabra de Dios revelada, en la que la prudencia aparece situada en el contexto
de la historia de la salvación, nos puede hacer comprender la riqueza de esta
virtud.
Desde
esta perspectiva teológica, el vocablo tiene menos importancia que el
contenido. Bajo términos diversos (prudencia, sabiduría, discreción,
sensatez, etc.) reconocemos unconcepto común que consiste
en el conocimiento en cuanto dirige la conducta concreta para vivir
según la voluntad de Dios.
Antiguo
Testamento
En el
Antiguo Testamento, las ideas más interesantes sobre la prudencia y la
sabiduría se encuentran en los libros sapienciales: Proverbios, Job, Eclesiastés, Sabiduría yEclesiástico[3].
En la
Sagrada Escritura, la prudencia aparece, en primer lugar, como una
propiedad de Dios: «Yo, la Sabiduría, habito con la prudencia, yo he
inventado la ciencia de la reflexión. Míos son el consejo y la habilidad, mía
la inteligencia, mía la fuerza» (Prov 8, 12-14). Job exclama: «Con
él sabiduría y poder, de él la inteligencia y el consejo» (Job, 12, 13).
En consecuencia, es Dios el que concede la prudencia al hombre. Ésta es, ante
todo, un don de Dios, una gracia: «Yahvéh es el que da la
sabiduría, de su boca nacen la ciencia y la prudencia» (Prov 2, 6).
Al
mismo tiempo, el hombre debe poner los medios para adquirir la
sabiduría, acogerla y vivirla. Con este fin, la Sagrada Escritura ensalza en
múltiples ocasiones su valor y sus beneficios: «El comienzo de la sabiduría es:
<<adquiere la sabiduría, a costa de todos tus bienes adquiere la
inteligencia. Haz acopio de ella, y ella te ensalzará; ella te honrará, si tú
la abrazas» (Prov 4, 7-8). Es preferible a las riquezas (Prov 16,
16), preserva de los caminos tortuosos del pecado (Prov 2), guía
todos los pasos del hombre (Prov 15, 21), lo hace discreto en el
hablar (Prov 10, 9) y justo en sus juicios (Prov 28,
11).
La
prudencia es, por una parte, obra de la razón. Por eso, uno de sus
actos propios es el conocimiento: «El corazón inteligente busca la ciencia, los
labios de los necios se alimentan de necedad» (Prov 15, 14). Pero,
por otra, para ser prudente se requieren las buenas disposiciones
morales. El amor al bien es indispensable para discernir adecuadamente. De
ahí que se afirme, por ejemplo, que el arrogante busca la sabiduría, pero en
vano (cfr Prov 14, 6). En cambio, la lucha por cumplir
la voluntad de Dios proporciona más prudencia y sabiduría que la edad:
«Más sabio me haces que mis enemigos, por tu mandamiento que por siempre es
mío. Tengo más prudencia que todos mis maestros, porque mi meditación son tus
dictámenes. Poseo más cordura que los viejos, porque guardo tus ordenanzas» (Sal 119
(118) 98-99). He aquí como, si bien la prudencia lleva a la conducta recta, la
rectitud de vida -guardar los mandatos de Dios- proporciona más prudencia que
la larga vida.
Por
eso para alcanzar la sabiduría son necesarias, en primer lugar,
la oración y la meditación de la Palabra de Dios: «Por eso
pedí y se me concedió la prudencia; supliqué y me vino el espíritu de
Sabiduría» (Sab 7, 7); «Pero, comprendiendo que no podría poseer la
Sabiduría si Dios no me la daba –y ya era un fruto de la prudencia saber de
quién procedía esta gracia-, me dirigí al Señor y se la pedí» (Sab 8,
21).
Es
preciso escuchar dócilmente los consejos de los padres y
maestros, de las personas que tienen experiencia: «Escucha, hijo mío, la
instrucción de tu padre y no desprecies la lección de tu madre» (Prov 1,
8); «Escuchad, hijos, la instrucción del padre, estad atentos para aprender la
inteligencia, porque es buena la doctrina que os enseño; no abandonéis mi
lección» (Prov 4, 1-2). La petición de consejo y la escucha suponen
la humildad de la persona que no confía en su propia razón y reconoce sus
límites ante la sabiduría de Dios: «Confía en Yahvéh de todo corazón y no te
apoyes en tu propia inteligencia» (Prov 3, 5).
La
prudencia de Israel es específicamente distinta a la de los otros pueblos,
posee una novedad que deriva de la Revelación, y tiene como alma y raíz el
temor de Dios: «El temor de Yahvéh es el principio de la ciencia» (Prov 1,
7). Es preciso tener en cuenta esta originalidad de la sabiduría de Israel para
no confundirla con una sabiduría solamente humana, asimilable a la de cualquier
otra moral filosófica o religiosa.
Nuevo
Testamento
En Cristo, la Sabiduría de Dios hecha carne,
encontramos la prudencia perfecta y la perfecta libertad. Con sus obras nos
enseña que la prudencia dicta que convirtamos la vida en un servicio a los
demás, amigos y enemigos, por amor al Padre; con su muerte en la cruz nos
muestra que la verdadera prudencia lleva incluso a entregar la propia vida, en
obediencia al Padre, por la salvación de los hombres. Esta prudencia de Cristo
parece exageración e imprudencia a los ojos humanos. Cuando manifiesta a sus
discípulos que debe ir a Jerusalén, padecer y morir, Pedro «se puso a
reprenderle diciendo: “¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso”.
Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: “¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tropiezo
eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los
hombres!”» (Mt 16, 22-23).
La medida de la nueva prudencia la da un amor sin medida
al Reino de Dios, valor absoluto que convierte en relativo todo lo demás:
«Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por
añadidura» (Mt 6, 33). Por el Reino vale la pena darlo todo
(cfr Mt 13, 44-46), hasta la vida misma, porque según la
lógica divina, el que encuentra su vida, la pierde, y el que la pierde, la
encuentra (cfr Mt 10, 39). En consecuencia, muchas actitudes
que parecen prudentes a los ojos humanos, en realidad son necias, como la del
hombre que acumula riquezas pero se olvida de su alma (cfr Lc 12,
16-20), la del joven que no quiere seguir a Cristo porque tiene muchos bienes
(cfr Lc 18, 18-23), o la del siervo que guarda su talento en
lugar de hacerlo fructificar para el Señor (cfr Mt 25, 24-28).
Son conductas imprudentes que tienen su raíz en la falta de libertad, en la
esclavitud voluntaria con respecto a los bienes materiales o a de la propia
comodidad.
Aparece por tanto
una
prudencia de los sabios y entendidos (“porque has ocultado estas cosas
a los sabios y prudentes, y las has revelado a los pequeños” MT,
11,25) que no “sabe”, que no “salva” sino que se cierra a entender las cosas de
Dios.
Otra
prudencia que deben vivir sus discípulos como la de las serpientes
(“Sed, pues, cautos como las serpientes y sencillos como las palomas” MT
10,16). Pero hay otra prudencia, la de las vírgenes prudentes
(Mt 25).
Esta
última prudencia va unida a la fidelidad a Dios el administrador fiel y
prudente que cumple sus tareas (Lc 12, 42).
Doctrina paulina sobre la prudencia
Desarrolla
estos dos tipos de prudencia que ya estaban presentes en los evangelios. En
la Carta a los Romanos, San Pablo distingue cuidadosamente entre
la prudencia
del espíritu: es consecuencia de la gracia y del Espíritu
Santo, que ilumina la razón: «Vosotros no estáis en la carne, sino en el
espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros» (Rom 8,
9). La prudencia del espíritu, fruto de la renovación de la mente, da la
capacidad para poder distinguir «cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo
agradable, lo perfecto» (Rom 12, 2).
la prudencia
de la carne: procede de las tendencias de la carne –es
decir, de las inclinaciones al pecado-, que son muerte, pues «son contrarias a
Dios: no se someten a la ley de Dios, ni siquiera pueden; así los que están en
la carne, no pueden agradar a Dios» (Rom 8, 7-8).
El
cristiano debe actuar de acuerdo con la renovación de su juicio y de su
capacidad para discernir (dokimàzein) la voluntad de Dios (cfr Rom 12,
2)[4]. En este aspecto, el cristiano, renovado
ontológicamente, está en una situación distinta a la del pagano y a la del
judío: el primero es incapaz de discernir y realizar lo que es conforme a la
voluntad de Dios (cfr Rom1, 28-32); el segundo, aun conociéndola
mediante la ley, no tiene la fuerza para cumplirla (cfr Rom 2,
17-18).
La nueva
sabiduría del cristiano es diferente a la que puede proporcionar
la experiencia del mundo: «Hablamos de sabiduría entre los perfectos, pero no
de sabiduría de este mundo ni de los príncipes de este mundo, que se van
debilitando; sino que hablamos de una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida,
destinada por Dios desde antes de los siglos para gloria nuestra» (1 Cor 1,
6-7). Esta sabiduría ha sido revelada por medio del Espíritu de Dios, y sólo es
accesible al hombre espiritual, «pues el hombre naturalmente no capta las cosas
del Espíritu de Dios; son necedad para él» (1 Cor 2, 14). Se puede
decir que el hombre espiritual posee el pensamiento de Cristo (cfr 1
Cor 2, 16), y que, por tanto, está capacitado para vivir de acuerdo
con el criterio de la Cruz de Cristo, que para unos es necedad y para otros
escándalo, pero para él es fuerza de Dios (cfr 1 Cor 1,
18-25).
Teniendo
en cuenta que la prudencia atiende a las razones para obrar en un sentido u
otro las consecuencias para la vida moral de esta nueva sabiduría son
enormes, y establecen un contraste entre la ética cristiana y una ética
simplemente humana: es el contraste entre la vida que se despliega
según la lógica de la sabiduría revelada en la Cruz y la vida fundada en la
sabiduría humana. Para vivir de acuerdo con la voluntad de Dios ya no basta
la mera sabiduría del hombre sabio; se requiere la sabiduría de Dios, contra la
que se estrella la razón humana. «La sabiduría del hombre rehusa ver en la
propia debilidad el presupuesto de su fuerza; pero San Pablo no duda en
afirmar: “pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte” (2 Cor 12,
10). El hombre no logra comprender cómo la muerte pueda ser fuente de vida y de
amor, pero Dios ha elegido para revelar el misterio de su designio de salvación
precisamente lo que la razón considera “locura” y “escándalo”»
ORACION: SENOR PADRE CELESTIAL, DERRAMA SABIDURIA,
RECTITUD, DECORO, ENTENDIMIENTO,EN TU REBANO PARA SER HOMBRES Y MUJERES LLENAS
DE TU PALABRA, PODER SER AUTENTICOS EMBAJADORES TUYOS, DANOS UN CORAZON DE
CARNE Y QUITANOS EL CORAZON DE PIEDRA, QUE SEAMOS SENCIBLES AL TOQUE DE TU
SANTO ESPIRITU, QUE PODAMOS LLENARNOS DE TU PRECIOSA PALABRA, Y PODER SER
REALES OBREROS APROBADOS. EN EL NOMBRE DE JESUS ,AMEN.
No hay comentarios:
Publicar un comentario