DIA 45 MIERCOLES 19/02
“El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de
mi corazón” Salmo 40: 8;
“Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios; tu buen espíritu me guíe a tierra de rectitud” Salmos 143:10
Junto al brasero, nos encontrábamos tranquilos en casa. De pronto, alguien llegó comentando que don Pedro al parecer
había muerto. Pero, ¿Cómo saberlo? No había comunicación telefónica hacia los interiores del campo. Tampoco teníamos
vehículos para trasladarnos a tal lugar. Teníamos excusas perfectas para no movernos; sin embargo, era imposible no
escuchar la amonestación del Espíritu Santo. Entonces nos preguntamos: ¿Estaremos haciendo la voluntad de Dios o la
nuestra? Una pregunta tan sencilla, pero que tuvo respuesta inmediata. Llamamos al pastor, que se encontraba a unos 50
kms, y vino rápidamente. “Llevemos una guitarra e himnarios por si acaso”-dijimos. “¿Y si no ha muerto?-nos preguntamos-
“Bueno, hacemos un culto”, dijo el pastor. Finalmente llegamos a la casa de don Pedro.
Un hombre de más de 90 años que con amor nos recibía cuando íbamos a predicar a los campos. Los rumores esta vez
habían sido ciertos. En una sala de adobe oscura velaban sus restos. Luego lo subieron a una camioneta que corría como a
60 kms., porque estaban atrasados para el servicio religioso. Seis a‑rmaban el cajón y en medio de una gran polvareda, nos
dirigimos a la capilla. Posterior al servicio, los familiares le pasaron un sobre al cura y le preguntaron: ¿Usted nos acompañaría al cementerio para sepultar los restos de nuestro querido padre? El cura tajantemente les dijo: “No, no tengo tiempo” - y salió por una puerta. Caminamos silenciosamente con el cajón llevado a pulso. Había un viento tan fuerte que levantaba
mucho polvo y nos difi‑cultaba el avanzar. Con respeto íbamos en el pequeño cortejo y debo reconocer que a veces me
preguntaba qué es lo que hacíamos nosotros allí. Llegamos al cementerio y no soportando más el silencio, sacamos la guitarra,
empezamos a cantar y a predicar la Palabra. Cuando terminamos, se nos acercó un varón y nos dice: “¿Ustedes saben quién es la gran ramera? ¿Cómo puede decir un hombre de Dios: No tengo tiempo?”. El hombre nos dio su dirección y manifestó su deseo de asistir a nuestra iglesia. Entonces, detrás de un nicho, entendí cuál había sido la voluntad de Dios y agradecí el estar allí, en vez de estar junto al brasero. El salmista dijo: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado” (Salmo 40:8a).
Pidamos a Dios para que renunciemos a nuestra comodidad y a “excusas reales”, para hacer la voluntad de nuestro Padre “y no satisfagamos los deseos de la carne”.
Oración: Dios que cada siervo pueda buscar hacer tu voluntad en lugar de hacer la suya.
“Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios; tu buen espíritu me guíe a tierra de rectitud” Salmos 143:10
Junto al brasero, nos encontrábamos tranquilos en casa. De pronto, alguien llegó comentando que don Pedro al parecer
había muerto. Pero, ¿Cómo saberlo? No había comunicación telefónica hacia los interiores del campo. Tampoco teníamos
vehículos para trasladarnos a tal lugar. Teníamos excusas perfectas para no movernos; sin embargo, era imposible no
escuchar la amonestación del Espíritu Santo. Entonces nos preguntamos: ¿Estaremos haciendo la voluntad de Dios o la
nuestra? Una pregunta tan sencilla, pero que tuvo respuesta inmediata. Llamamos al pastor, que se encontraba a unos 50
kms, y vino rápidamente. “Llevemos una guitarra e himnarios por si acaso”-dijimos. “¿Y si no ha muerto?-nos preguntamos-
“Bueno, hacemos un culto”, dijo el pastor. Finalmente llegamos a la casa de don Pedro.
Un hombre de más de 90 años que con amor nos recibía cuando íbamos a predicar a los campos. Los rumores esta vez
habían sido ciertos. En una sala de adobe oscura velaban sus restos. Luego lo subieron a una camioneta que corría como a
60 kms., porque estaban atrasados para el servicio religioso. Seis a‑rmaban el cajón y en medio de una gran polvareda, nos
dirigimos a la capilla. Posterior al servicio, los familiares le pasaron un sobre al cura y le preguntaron: ¿Usted nos acompañaría al cementerio para sepultar los restos de nuestro querido padre? El cura tajantemente les dijo: “No, no tengo tiempo” - y salió por una puerta. Caminamos silenciosamente con el cajón llevado a pulso. Había un viento tan fuerte que levantaba
mucho polvo y nos difi‑cultaba el avanzar. Con respeto íbamos en el pequeño cortejo y debo reconocer que a veces me
preguntaba qué es lo que hacíamos nosotros allí. Llegamos al cementerio y no soportando más el silencio, sacamos la guitarra,
empezamos a cantar y a predicar la Palabra. Cuando terminamos, se nos acercó un varón y nos dice: “¿Ustedes saben quién es la gran ramera? ¿Cómo puede decir un hombre de Dios: No tengo tiempo?”. El hombre nos dio su dirección y manifestó su deseo de asistir a nuestra iglesia. Entonces, detrás de un nicho, entendí cuál había sido la voluntad de Dios y agradecí el estar allí, en vez de estar junto al brasero. El salmista dijo: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado” (Salmo 40:8a).
Pidamos a Dios para que renunciemos a nuestra comodidad y a “excusas reales”, para hacer la voluntad de nuestro Padre “y no satisfagamos los deseos de la carne”.
Oración: Dios que cada siervo pueda buscar hacer tu voluntad en lugar de hacer la suya.
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