La Biblia dice que el hombre debe tratar a su mujer tal como Jesús trató a sus discípulos. Fíjese en este mandato bíblico: “Esposos, continúen amando a sus esposas, tal como el Cristo también amó a la congregación y se entregó por ella [...]. De esta manera los esposos deben estar amando a sus esposas como a sus propios cuerpos. El que ama a su esposa, a sí mismo se ama, porque nadie jamás ha odiado a su propia carne; antes bien, la alimenta y la acaricia, como también el Cristo hace con la congregación” (Efesios 5:23, 25-29).
El amor que Jesús mostró a su congregación, es decir, a sus seguidores, es un ejemplo perfecto para los esposos. Aunque los discípulos eran imperfectos, Jesús “los amó hasta el fin”, pues sacrificó su vida por ellos (Juan 13:1; 15:13). Por eso a los casados se les pide que “sigan amando a sus esposas y no se encolericen amargamente con ellas” (Colosenses 3:19). ¿Qué ayudará al esposo a poner en práctica este consejo, sobre todo si a veces su mujer no actúa con buen juicio? Recordar que él también comete errores y que para que Dios lo perdone debe hacer algo. ¿De qué se trata? Debe perdonar primero a los que pecan contra él, lo que incluye a su esposa. Por supuesto, ella tiene que hacer lo mismo (Mateo 6:12, 14, 15). Por esa razón se dice que un matrimonio feliz es la unión de dos personas que saben perdonar.
Los esposos también deben fijarse en que Jesús fue siempre considerado con sus discípulos. Tuvo en cuenta sus limitaciones y sus necesidades físicas. Por ejemplo, en una ocasión en la que estaban cansados les dijo: “Vengan, [...] en privado, a un lugar solitario, y descansen un poco” (Marcos 6:30-32). La esposa merece la misma consideración. La Biblia se refiere a la mujer con la expresión “un vaso más débil” —lo que quiere decir que es un ser más delicado— y manda al esposo que le dé “honra”. ¿Por qué? Porque tanto él como ella recibirán por igual el “favor inmerecido de la vida” (1 Pedro 3:7). Los esposos deben recordar que lo que nos hace valiosos a los ojos de Dios no es el hecho de que seamos hombres o mujeres, sino de que seamos fieles (Salmo 101:6).
La Biblia dice que el hombre que “ama a su esposa, a sí mismo se ama”. La razón es que “ya no son dos, sino una sola carne”, como señaló Jesús (Mateo 19:6). Por lo tanto, los casados solo deben demostrar interés sexual en su pareja (Proverbios 5:15-21; Hebreos 13:4). Para lograrlo, cada uno de ellos debe preocuparse por satisfacer las necesidades del otro, y no solo las suyas (1 Corintios 7:3-5). Es interesante que se diga que “nadie jamás ha odiado a su propia carne; antes bien, la alimenta y la acaricia”. El esposo debe amar a su esposa como se ama a sí mismo y debe recordar que tendrá que rendir cuentas a su cabeza, Jesucristo (Efesios 5:29; 1 Corintios 11:3).
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