La carta a los Hebreos, en el gran elogio de la fe de los antepasados insiste
particularmente en la fe de Abraham: «Por la fe, Abraham obedeció y salió para el
lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba» (Heb 11, 8;
cf. Gén 12, 1-4). Por la fe, vivió como extranjero y peregrino en la Tierra prometida
(cf. Gén 23, 4). Por la fe, a Sara se otorgó el concebir al hijo de la promesa. Por la
fe, finalmente, Abraham ofreció a su hijo único en sacrificio (cf. Heb 11, 17)1
.
Abraham es nuestro modelo de vida de fe. Podemos considerar las
siguientes características de la fe de Abraham para aplicarlas a nuestra vida:
a) La fe de Abraham le libera de las ataduras
Al escuchar la palabra de Dios y salir de su tierra y de la casa de su padre
(Gén 12, 1), Abraham se pone en camino. Fiándose de Dios y creyendo en la
promesa, queda libre de todas las ataduras de este mundo para recibir algo que
no pertenece exclusivamente a este mundo y que es mucho mayor. Abraham se
convierte así en modelo de hombre libre que no está atado por nada en el
cumplimiento de la voluntad divina. Las ataduras a las que uno puede estar ligado
son varias: el pasado de la persona, los bienes materiales, la desconfianza en
Dios, etc. La fe nos lleva a sacrificarlas todas porque Dios lo ordena. Un buen
comentario a esto es la carta a Diogneto (c 5.), escrito cristiano del siglo II o III:
Viven (los cristianos) en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en
suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como
en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida
admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como
forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como
extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria
como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se
deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho.En la carta a los Hebreos leemos: «Por la fe, Abraham, sometido a la prueba,
presentó a Isaac como ofrenda, y el que había recibido las promesas, ofrecía a su
unigénito, respecto del cual se le había dicho: Por Isaac tendrás descendencia»
(Heb 11, 17-18). He aquí el culmen de la fe de Abraham. Fue puesto a prueba por
el Dios en quien había depositado su confianza, por el Dios del que había recibido
la promesa relativa al futuro lejano: «Por Isaac tendrás descendencia» (Heb 11,
18). Pero es invitado a ofrecer en sacrifico a Dios precisamente a ese Isaac, su
único hijo, a quien estaba vinculada toda su esperanza, de acuerdo con la
promesa divina. ¿Cómo podrá cumplirse la promesa que Dios le hizo de una
descendencia numerosa si Isaac, su único hijo, debe ser ofrecido en sacrificio?
Por la fe, Abraham sale victorioso de esta prueba, una prueba dramática, que
comprometía directamente su fe. En efecto, como escribe el autor de la carta a los
Hebreos, «pensaba que Dios era poderoso aun para resucitarlo de entre los
muertos» (Heb 11, 19). Incluso en el instante, humanamente trágico, en que
estaba a punto de infligir el golpe mortal a su hijo, Abraham no dejó de creer. Más
aún, su fe en la promesa alcanzó entonces su culmen. Pensaba: «Dios es poderoso
aun para resucitarlo de entre los muertos». Eso pensaba este padre probado,
humanamente hablando, por encima de toda medida. Y su fe, su abandono total en
Dios, no lo defraudó. Está escrito: «Por eso lo recobró» (Heb 11,19). Recobró a
Isaac, puesto que creyó en Dios plenamente y de forma incondicional2
.
El creyente vive sometido a la tentación de la manipulación de Dios. No es
raro encontrarnos con situaciones en las que queremos traer a Dios a nuestros
planes, haciéndonos así señores de nuestra vida. Nuestra naturaleza caída,
tocada por el pecado original, lleva a que la persona quiera hacerse el centro de
todo, incluso de la relación con Dios. Así, primero decide, y luego le pide a Dios
que haga suyos sus planes. Es como querer tener domesticado a Dios, o hacernos
un Dios a nuestro servicio.
Abraham nos enseña que la fe es confianza en Dios hasta el punto de
sacrificar al hijo de la promesa. No es sacrificar un futuro plan hipotético, sino a
un ser de carne y hueso, realmente existente. Abraham sabía que «Dios era
poderoso incluso para resucitarlo de entre los muertos».Por la fe, Abraham sabe que Dios es misterio
Dios es siempre nuevo y siempre sorprende al hombre. La vida de Abraham,
y de quien se pone en manos de Dios, supera toda rutina y se convierte en una
aventura incesante. Es cierto que, a veces, tenemos miedo de poner nuestra vida
en las manos de Dios. Pero a quien lo hace, Dios le entrega un futuro
sorprendente, siempre novedoso. La vida deja de ser chata y monótona para
convertirse en algo grande.
Estar con las puertas del corazón abiertas de par en par al misterio de Dios
nos capacita para amarle y para poder amar al hombre. Frecuentemente ocurre
que quien tiene un conocimiento de Dios sólo intelectual y no ha experimentado su presencia y acción, está atado por su idea preconcebida de Dios. Abraham nos
enseña que Dios es capaz de sorprendernos cada día si vivimos en fe. Es lo que le
ocurrió a Pascal en su conversión:
«Desde las diez y media hasta las doce y media de la noche… FUEGO… El Dios de
Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, y no de los filósofos y sabios. Certeza.
Certeza. Sentimiento. Alegría. Paz»
.
«Cristo es creído y concebido mediante la fe. Primero se realiza la venida de la fe al
corazón de la Virgen, y a continuación viene la fecundidad al seno de la madre»5
.
En la Anunciación María se abandona totalmente en Dios, asintiendo al
arcángel san Gabriel. Es el modelo perfecto de fe como respuesta a un Dios que
se revela. Es una respuesta que implica todo su ser, esto es, su entendimiento y
su voluntad. Esta respuesta es el inicio de la peregrinación en fe de María,
peregrinación similar, aun cuando mayor, a la de Abraham. Igual que Abraham
creyó a Dios y por eso fue padre de muchos pueblos, María creyó durante toda su
vida y por eso engendró al Mesías y a la Iglesia. El Evangelio nos presenta este
peregrinar que empieza en la Anunciación: «No había para ellos sitio en la
posada» (Lc 2,7), «una espada te traspasará el alma» (Lc 2, 35), «Herodes va a
buscar al niño para matarlo» (Mt 2,15).
b) la fe de María cuando Jesús permanece en el templo y en la vida oculta.La fe de María tiene también momentos gozosos, de intimidad. Todos los
años de vida oculta de Nazaret son precisamente esto: gozosa presencia
contemplativa del misterio de Cristo.
c) La fe de María en la vida pública
En las bodas de Caná también actúa la fe de María. Ante la falta de vino,
María no le pide al Señor que solucione el problema usando medios humanos, sino
que le pide un milagro, petición audaz, porque hasta entonces, Cristo no había
hecho ningún milagro6
. Podemos ver aquí un ejemplo de la bienaventuranza queJesús dirá a Tomas
: «Bienaventurados los que crean sin haber visto» (Jn 20,29).
A una respuesta abrupta de Jesús, María no renuncia a su petición, más aún,
la intensifica: le dice a los sirvientes: «Haced lo que él os diga».
María, con profundo respeto, no duda en el amor de su Hijo y en su
misericordia, y la fe de María provoca el milagro de Cristo. Es lo que numerosas
veces aparece en los evangelios sinópticos, que Cristo pide la fe como requisito
para el milagro.
Aun no estando presente en la vida pública, María acompañó al Señor
espiritualmente, pues estuvo unida a él en la fe. Compartió, desde el silencio de
Nazaret, las alegrías del Señor y su amargura por el rechazo que experimentó y
por la incredulidad de los hombres.
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